miércoles, 25 de junio de 2014

Inocencia

No hay nada más puro y sincero que la inocencia de un niño, todos lo sabemos.
En la obra de Laila Ripoll asistimos a una esa visión de la inocencia de una forma aterradora y excesivamente triste. Bien es cierto que esa es la intención de la autora, hacernos participe de la inocencia de los niños, unos niños que lo han perdido absolutamente todo a causa de la guerra pero que viven en un mundo aparte, creado por ellos mismos, en el que son felices a su manera y están alejados de todo mal que les rodea, del cual no son conscientes. Viven en armonía, entre juegos que ellos inventan y están convencidos de que sus padres, a los que admiran, volverán a por ellos y serán felices como siempre. Lo curioso es que ellos, en su mundo de juegos en el desván en el que apenas comen, ya son felices. Es magestuoso observar cómo, un ser tan pequeño como es un niño y tan débil en apariencia es capaz de crear un mundo él solo en el que, sin tener nada, crea su propia felicidad. Así encontramos al más pequeño de los niños, Cucachica, cuya visión de la realidad resulta absolutamente conmovedora y nos entristece sobremanera.
Aterradora es, por otro lado, nuestra perspectiva como lectores de la obra. Es prácticamente imposible leerla sin ser conmovidos por esa inocencia que nosotros ya tenemos perdida (ya sea por la madurez o por la sociedad) y, más, sabiendo el fatal contexto en el que se mueven los personajes. Ellos no son conscientes pero nosotros, desgraciadamente, sí conocemos la realidad que les rodea: sus padres no volverán porque han sido asesinados y ellos, probablemente, morirán de hambre (luego, a medida que avanza la obra, observamos que ya han muerto).
Esa es, bajo mi punto de vista, la intención de la autora: en una sociedad en guerra siempre habrá algo que no podrá ser destruido: la inocencia de un niño.

Poder y violencia en Los niños perdidos

En Los niños perdidos de Laila Ripoll nos encontramos como escenario la Guerra Civil española (1936-1939). En un desván de un orfanato se encuentran cuatro niños encerrados, niños ya sin identidad puesto que la han perdido con la guerra y ya solo se tienen el uno al otro. Viven con miedo al poder de una monja, a la que llaman Sor, la cual los tiene allí cautivos sin apenas proporcionarles alimento.

La obra no es más que una crítica a lo que no nos quisieron contar de la Guerra Civil y la denuncia de la violencia hacia los más débiles, en este caso cuatro niños que lo han perdido todo pero que guardan en su conciencia cierta esperanza de volver a vivir como antes de que sus padres "los abandonaran" en aquel horrible lugar en el que son maltratados.


En la obra, como podemos observar, se aprecia cómo el poder máximo está en manos de la sociedad, una sociedad en guerra que no ve más allá de obtener el poder por encima de todo y de todos y en la que se lucha sin saber muy bien el motivo (al igual que el continuo rodar de una piedra, como se pone de manifiesto en la novela de la revolución mexicana). Ese poder es aquí representado en la figura de la monja, la cual es la responsable de la muerte de los niños, Lázaro y Marqués, a los cuales mata de una paliza y al más pequeño de los niños, Cucachica, al arrojarlo por la ventana del desván. Sus muertes son escondidas por las demás monjas del convento para "no llamar la atención". Esta situación provoca la ira de otro de los niños, Tuso, que actúa con violencia en un acto de venganza y arroja a Sor por un escalera provocándole la muerte. En este sentido, podríamos interpretar una crítica a los órdenes de la Iglesia y a la violencia con la que actuaban en esos tiempos de guerra, en los que se maltrataba hasta la muerte a los niños inocentes solo porque sus padres eran "rojos" y ese hecho no tenía consecuencias ninguna.
En efecto, todos los personajes de la obra están muertos, todos son víctimas del poder de la guerra, todos menos Tuso, en cuya de memoria de discapacitado viven los niños que un día compartieron desván y desventuras con él.

En este contexto, me ha parecido interesante incluir este video en el que encontramos varios testimonios de personas que de niños vivieron de primera mano las consecuencias de la guerra. Son testimonios aterradores que nos da muestra de hasta qué punto es capaz de llegar la violencia y la represión de una sociedad en guerra.


Podemos observar, tanto en esta otra como en la de La paz perpetua que el poder máximo reside en la sociedad, una sociedad que nos maneja para conseguir su objetivo y que no duda en recurrir a la violencia para conseguirlo.

Fuente: Youtube.com

¿Ingenuidad?

En La paz perpetua observamos que reina un clima de tensión en el que hay rivalidad entre violencia y diálogo pero en esa conflictiva lucha, encontramos a un personaje que si destaca por algo (además de por su fuerza física) es por su ingenuidad: Jonh-John. Este personaje carece de personalidad propia y se deja llevar por las opiniones de sus compañeros o es lo que aparenta en un primer análisis.
Podemos observar que, básicamente, la acción la llevan los demás personajes principales, Enmanuel y Odín. Ambos están en lucha continua puesto que Enmanuel defiende el diálogo y el razonamiento de los asuntos y Odín es más radical y apuesta por la violencia intentando persuadir a los demás. John-John, por su parte, se deja llevar por lo que le dice uno y otro pero, si lo analizamos bien, no es tan ingenuo como aparenta: le da la razón a los demás y se posiciona según le conviene. Sabe que podría salir perjudicado si tuviera otra opinión diferente a la de sus compañeros y, en definitiva, lucha por su supervivencia, por lo que prefiere quedarse al margen y ser neutral antes que inmiscuirse en asuntos que pueden acabar con él (como al final le ocurre a Enmanuel). Aunque bien es cierto que esa actitud que toma es propia de mentes débiles sin personalidad, podemos afirmar, después de un análisis más profundo, que John-John, si destaca por algo, es por su astucia con respecto a su supervivencia.

Poder y violencia en La paz perpetua

En La paz perpetua del autor Juan Mayorga asistimos a la escena de tres perros que compiten para un puesto en la brigada antiterrorista. Están encerrados en una habitación y vigilados por otro perro que ya trabajó en el puesto al que aspiran (Casius) y por el Humano que los controla a todos. Estos perros tienen que superar unas pruebas, tanto físicas como psicológicas, así como una prueba especial en el caso en el que empataran.
En el transcurso de la obra observamos que cada uno de los perros representa una personalidad diferente: Enmanuel es el más paciente y el que más razona (recordemos la obra homónima del filósofo Enmanuel Kant), John-John es el más impulsivo e ingenuo que se deja llevar por las opiniones de uno y de otro y Odín es envidioso y, de alguna forma, el que cree tener el poder de manipular a sus dos compañeros. 
Estos dos últimos personaje son importantes para desarrollar este tema de la violencia relacionada con el poder. Lo podemos observar en la última escena en la que se enfrentan a la prueba especial: hay una persona detrás de una puerta que puede ser terrorista o inocente y tienen que decidir si atacar o no. Enmanuel, el más racional, opta por el diálogo puesto que podría morir un inocente mientras que Odín y John-John (manipulado por Odín) optan por atacar sin dudarlo. Hay un enfrentamiento entre Enmanuel y los demás hasta que estos, presionados por el Humano y Casius atacan a Enmanuel acabando con su vida. 





El mensaje de la obra está claro: en un mundo en el que se ejerce un poder (en este caso representado en la presión que ejerce Casius y el Humano) siempre ganará la violencia en detrimento del diálogo.

Poder y violencia en Bodas de sangre

En Bodas de Sangre observamos que el papel del poder recae, en buena parte, en los símbolos que predicen desde el principio el final trágico de la obra. En ese aspecto, tenemos el cuchillo que como todos sabemos, simboliza la muerte y la violencia que conlleva. Aparece durante la obra ejerciendo ese poder del que hablamos, nadie puede con su actuar: el de matar. Pero si hay un símbolo que refleja el poder es el del caballo, el conductor hacia la muerte. Tiene la suficiente fuerza para llevar a los protagonistas hasta la muerte inevitable. Sin embargo, al igual que en don Álvaro, observamos que es el destino el que siempre tiene la última palabra, el más poderoso de todos y con el cual ninguna fuerza ejercida con violencia o no contra él podrá con él.



Podemos concluir que en cualquier contexto en que se ejerza un poder va a surgir la violencia contra este para superarlo por lo que poder y violencia se complementan, al igual que cielo e infierno o Dios y Satán y que el poder, en este contexto, irá encabezado por el destino.

Poder y violencia en Don Álvaro o la fuerza del sino

En esta entrada analizaremos el poder y la violencia de las obras leídas y la relación que tienen entre ambos.

En don Álvaro observamos que el poder ejercido viene dado por el Marqués de Calatrava: los padres tenían derecho a elegir el marido de sus hijas en esta época. Y así, Leonor se rebela contra su padre al no estar de acuerdo con ello y al estar ella enamorada de don Álvaro. Esto desencadena una batalla en la que, por accidente, el marqués de Calatrava muere a causa de un disparo.
Este “amor prohibido” hace que los personajes actúen con violencia. 


Don Álvaro, por su parte, adquiere esa personalidad diabólica a causa de esto, por lo que no es algo intrínseco, sino adquirido: la violencia del personaje viene dada por el poder ejercido por parte del marqués hacia su hija Leonor, la cual, si analizamos, es la causa principal de toda la tragedia.
Esto también es el desencadenante de la violencia de don Alfonso y esa personalidad diabólica de la que antes hablábamos y dedicamos una entrada. Es la pescadilla que se muerde la cola: si el marqués no le hubiera prohibido a su hija casarse con su amado, no habría muerto y, en consecuencia, su hijo no habría tenido que vengarse de su muerte. Por lo que, al igual que pasa con don Álvaro, la violencia del hijo del marqués es adquirida.
Aunque sea el marqués el desencadenante de la violencia en la obra, no debemos olvidar que en última instancia el que más poder tiene es el destino, con el cual nadie puede luchar.







lunes, 19 de mayo de 2014

Símbolos en Bodas de sangre

Numerosos son los símbolos que aparecen en la obra de García Lorca, Bodas de sangre. Estos símbolos, en conjunto y cada uno a su forma, auguran el final trágico de la obra y, además, aparecen en otras obras de nuestro autor.

El primer símbolo que podemos apreciar en la obra es el de la navaja, puñal o cuchillo. Este simboliza la muerte, presente durante toda la obra y que el personaje de la Madre augura al principio de esta.
Novio: Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.
Madre: ¿Para qué?
Novio: (Riendo)Para cortarlas.
Madre: (Entre dientes y buscándola)La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el
bribón que las inventó.
Novio:Vamos a otro asunto.
Madre: Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y
los bieldos de la era. 
A causa de una navaja murió su marido y a causa de ella, sin saberlo, morirán los protagonistas de la tragedia, de entre ellos su hijo.

NoviaY esto es un cuchillo, un cuchillito que apenas cabe en la mano; pez sin escamas ni río, para que un día señalado, entre las dos y las tres, con este cuchillo se queden dos hombres duros con los labios amarillos. 





Otro de los símbolos más característicos de esta obra es el caballo. Este animal simboliza la virilidad, la fuerza básicamente, que podemos identificar con el personaje de Leonardo, un personaje dominado por la pasión (que acaba en tragedia), como ocurre con un caballo salvaje desbocado, dominado por su condición. Además, aparece como predicador de la muerte y cómo elemento básico para que la tragedia se produzca puestos que montados a caballo nuestros protagonistas irán a encontrarse con la muerte. En la nana del segundo cuadro del primer acto aparece en numerosas ocasiones a modo de presagio:
SuegraDuérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar. MujerNana, niño, nana. SuegraAy, caballo grande, que no quiso el agua! 

Nana del caballo grande




El símbolo del agua, en cambio, representa el fluir de la vida, siempre que esté en movimiento y no estancada. En esta obra, aparece varias veces el agua con esa connotación: la sangre y la vida que fluye como en la nana anteriormente expuesta y como en el siguiente fragmento:
Criada: (Arreglando en una mesa copas y bandejas)
Giraba,
giraba la rueda
y el agua pasaba,
porque llega la boda,
que se aparten las ramas
y la luna se adorne
por su blanca baranda.
El agua, además, aparece simbolizando la purificación, la honra de las muchachas:

Madre: Al agua se tiran las honradas, las limpias; ¡esa, no! Pero ya es mujer de mi hijo. 
 


Por último, cabría analizar otro símbolo clave para la obra: la luna. Esta es la mensajera de la muerte y todo lo que en sí conlleva, como la violencia. La luna en esta obra aparece como un personaje más y va a ser esencial para el desarrollo de la obra, al igual que la mendiga con la que dialoga, que simboliza la muerte. Esta, al igual que todos los demás símbolos, es nombrada mucho antes del desenlace de la obra augurando sutilmente el final trágico de la misma:
Criada: ¡Ay pastora, que la luna asoma! 
 
A la luz de la luna mueren los personajes, es la que ilumina el paisaje para que la tragedia se produzca y finalmente los personajes mueran.

Luna: ¡Allí vienen!  (Se va. Queda la escena a oscuras.)  Mendiga¡De prisa! Mucha luz. ¿Me has oído? ¡No pueden escaparse! (Entran el novio y mozo 1. La mendiga se sienta y se tapa con el manto.) 



viernes, 16 de mayo de 2014

Satanismo como telón de fondo en don Álvaro

La dialéctica entre el cielo y el infierno, el demonio y Dios es uno de los grandes temas de la literatura y del arte en general de todos los tiempos. Este mismo enfrentamiento lo encontramos en la obra Don Álvaro o la fuerza del sino, concretamente ejemplificado en los personajes de don Álvaro y don Alfonso.

En la jornada V asistimos a varias escenas y alusiones al satanismo, como lo es la sospecha del Hermano Melitón de que el Padre Rafael (don Álvaro en realidad) no es una persona clara. Desde el principio de la jornada, observamos cómo este personaje no consigue fiarse del Padre Rafael puesto que intuye algo en él que no podía ser bueno. Este personaje actúa como predicador del final de la obra y cómo revelador de la verdadera personalidad del indiano, una persona que reacciona bruscamente ante ciertas alusiones a su origen.

H. MELITÓN. Tiene cosas muy raras. El otro día estaba cavando en la
huerta, y tan pálido y tan desemejado, que le dije en
broma: Padre, parece un mulato; y me echó una mirada,
y cerró el puño, y aún lo enarboló de modo que parecía
que me iba a tragar. Pero se contuvo, se echó la capucha
y desapareció; digo, se marchó de allí a buen paso.

Observamos cómo, al Hermano Melitón hacerle referencia a nuestro protagonista de su origen incierto (sin ser consciente de ello), don Álvaro reacciona con brusquedad puesto que es consciente de que el ser mestizo y no saber exactamente su origen es algo que mancha su honor como hombre. He aquí otro rasgo satánico y demoníaco de este personaje, su origen incierto: nadie, ni él mismo, sabe de dónde procede.



Por otro lado, como sabemos, nuestro personaje oculta a lo largo de la obra más veces su personalidad (como anteriormente ante don Carlos, haciéndose pasar por don Fadrique), su satánica personalidad: nunca es quién dice ser, como el alma de un demonio que se esconde bajo la presencia de un humano para conseguir sus malignos objetivos en la Tierra y en este caso, escondido antitéticamente bajo la presencia de un clérigo. Quizás, con esta caracterización, nuestro autor nos quiere hacer ver que el cielo y el infierno no están tan alejados uno de otro como creemos: el Bien y el Mal se complementan de alguna forma.


Al aparecer en escena don Alfonso observamos que también tiene una personalidad oscura. Para empezar, vive movido por la venganza, no tiene otro objetivo en la vida que vengarse de don Álvaro. No es más que otro demonio encarnado, al igual que don Álvaro. En este caso, además de su venganza, también busca desenmascarar al que los demás creen ser el Padre Rafael, busca sacar al demonio que lleva dentro su enemigo para, por fin, mandarlo al infierno. Así, ell Hermano Melitón se percata de que está delante de dos demonios:

H. MELITÓN. ¡Al infierno!... ¡buen viaje!
También que era del infierno
dijo, para mi gobierno,
aquel nuevo personaje.
¡Jesús, y qué caras tan!...
Me temo que mis sospechas
han de quedar satisfechas.
Voy a ver por dónde van.

Asistimos aquí a una lucha entre dos demonios, cada uno con sus lados oscuros y sus objetivos, pero que no dejan de ser personajes provenientes del mismísimo infierno.
No hay más que atender al paisaje agreste y lúgubre que se muestra en las acotaciones de la escena en la que ambos luchan para percatarnos de que podríamos ser testigos de una lucha en el inframundo.

ESCENA IX
El teatro representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de
malezas, atravesado por un arroyuelo. Sobre un peñasco accesible
con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio
ermita con puerta practicable, y una campana que pueda sonar y
tocarse desde dentro; el cielo representará el ponerse el sol de un
día borrascoso, se irá oscureciendo lentamente la escena y
aumentándose los truenos y relámpagos, DON ÁLVARO y DON
ALFONSO salen por un lado

Y por último, don Álvaro incurre al suicidio para acabar con su vida, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta lo diabólico de su personalidad.

DON ÁLVARO. Infierno, abre tu boca y trágame. Húndase el cielo,
perezca la raza humana; exterminio, destrucción... (Sube
a lo más alto del monte y se precipita.)












domingo, 11 de mayo de 2014

Quién es quién

En la jornada III de la obra asistimos a un momento clave para el desarrollo de esta como es el descubrimiento por don Félix de la identidad de don Fadrique.
Recordemos que anterior a este descubrimiento, don Félix (don Carlos, hermano de doña Leonor) y don Fadrique (don Álvaro) se habían hecho muy buenos amigos al salvarle este la vida a aquel. A raíz de esa amistad en la que ambos ocultan su verdadera identidad surge la escena que procedemos a comentar.

Don Fadrique (para don Carlos) es herido de gravedad a causa de un balazo en el pecho. Tras recuperar la conciencia por la herida y conversar con su amigo don Félix, este advierte el nerviosismo de su amigo al nombrarle "Calatrava". El diálogo continúa y, al creer don Álvaro que (por fin) alcanzaría la muerte al parecer la herida tan profunda, le entrega una llave pide a su amigo don Félix un "último" favor: tendría que abrir su maleta y buscar una cajita con documentos que, sin abrirla, tendría que ser quemada.

En ella con sobre y sello
un legajo hay de papeles;
custodiarlos con esmero,
y al momento que yo expire
los daréis, amigo al fuego

Don Félix promete hacer justo lo que su amigo le pide pero, en ese momento, cae en la cuenta de la reacción que tuvo al decir "Calatrava" delante de su amigo y empieza a atar cabos. Surge ahí un problema moral de don Carlos que expresa en un soliloquio: no podía romper el juramento hecho a su amigo en su lecho de muerte pero tenía que saber si don Fadrique en realidad era quién decía ser o, en cambio, era su enemigo don Álvaro que tanto buscaba. Tras esa reflexión, decide abrir la caja traicionando su promesa y descubre que, como bien pensaba, don Fadrique era en realidad don Álvaro al encontrar en esa caja un retrato de doña Leonor, su hermana.

¡Cielos!.. no... no me engañé,
esta es mi hermana Leonor...
¿para qué prueba mayor?...
Con la más clara encontré.
Ya está todo averiguado;
don Álvaro es el herido.


En ese momento, su ira solo le lleva al deseo de acabar con la vida del que creía su amigo porque así alcanzaría su objetivo pero finalmente reflexiona y decide no matarlo puesto que estaba herido de gravedad y la muerte se lo llevaría sin su ayuda.

¡Cuán feliz será mi suerte
si la venganza y castigo
sólo de un golpe consigo,
a los dos dando la muerte!
Mas... ¡ah!... no me precipite
mi honra, cielos, ofendida.
Guardad a este hombre la vida
para que yo se la quite.

Pero, contra todo pronóstico, don Álvaro se recupera de su herida y don Carlos decide ocultarle a "su amigo" la información que ahora tiene para matarlo con sus propias manos cuando nuestro protagonista se repusiera totalmente de su herida de bala y así poder recuperar su honra y la de su familia.






Monólogo de Don Álvaro

En esta entrada analizaremos lo que se quiere expresar en el monólogo de Don Álvaro en la jornada III de la obra. 

En dicho monólogo, nuestro personaje se lamenta por no encontrar la muerte aun deseándola con todas sus fuerzas al no encontrar ya sentido a su existencia. Su soliloquio comienza exclamando esta pena:

 ¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!

Aparece también la idea de la vida como algo breve pero que, paradójicamente, a él le parece eterna y le parece estar entre rejas:


¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!

A medida que avanza el monólogo, observamos cómo Don Álvaro reflexiona sobre este tema
admitiendo lo injusto del devenir: la muerte le llega a las personas que no la buscan y son felices y, en cambio, tarda en llegarle a aquellas que, como él, la están esperando con ansia:


Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.

El soliloquio avanza y aparece la causa de su pesar: solo un día de su vida fue completamente feliz y ya no lo será más puesto que ese momento de completa felicidad lo vivió junto a su amada Leonor, a la que cree muerta y a la que le pide mediante este monólogo que se lo lleve con ella. Observamos, por tanto, la muerte como única vía de escape de su amarga y triste vida sin su amada.

Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.

En conclusión, a nuestro protagonista no le importa nada en esta vida y solo desea reunirse con Leonor a la que ama más que a su propia vida y ya ni siquiera su venganza contra el hermano de su amada puede con su deseo de encontrar la muerte:

¿Qué me importa, por ventura,
que triunfe Carlos o no?