domingo, 11 de mayo de 2014

Monólogo de Don Álvaro

En esta entrada analizaremos lo que se quiere expresar en el monólogo de Don Álvaro en la jornada III de la obra. 

En dicho monólogo, nuestro personaje se lamenta por no encontrar la muerte aun deseándola con todas sus fuerzas al no encontrar ya sentido a su existencia. Su soliloquio comienza exclamando esta pena:

 ¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!

Aparece también la idea de la vida como algo breve pero que, paradójicamente, a él le parece eterna y le parece estar entre rejas:


¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!

A medida que avanza el monólogo, observamos cómo Don Álvaro reflexiona sobre este tema
admitiendo lo injusto del devenir: la muerte le llega a las personas que no la buscan y son felices y, en cambio, tarda en llegarle a aquellas que, como él, la están esperando con ansia:


Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.

El soliloquio avanza y aparece la causa de su pesar: solo un día de su vida fue completamente feliz y ya no lo será más puesto que ese momento de completa felicidad lo vivió junto a su amada Leonor, a la que cree muerta y a la que le pide mediante este monólogo que se lo lleve con ella. Observamos, por tanto, la muerte como única vía de escape de su amarga y triste vida sin su amada.

Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.

En conclusión, a nuestro protagonista no le importa nada en esta vida y solo desea reunirse con Leonor a la que ama más que a su propia vida y ya ni siquiera su venganza contra el hermano de su amada puede con su deseo de encontrar la muerte:

¿Qué me importa, por ventura,
que triunfe Carlos o no?






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